jueves, 10 de junio de 2010

La instrumentalización de la estética como arma arrojadiza. Opinión de Ester Astudillo a propósito del libro "Devenir perra", de Itziar Ziga

La instrumentalización de la estética como arma arrojadiza

Reseña de Devenir perra (Barcelona: Melusina, 2009), de Itziar Ziga
Por Ester Astudillo - 9 de Junio de 2010.


Q


uienes nos autodenominamos ‘feministas’ –ergo ‘de izquierdas’, o ‘progresistas’, aunque estos términos estén cada vez más denostados y vaciados de un significado puramente denotativo–, feministas digo sin especificar género, que de ambos -¿ambos?- géneros l@s hay; quienes nos cualificamos de tal, si además acarreamos un bagaje formativo-profesional llamémosle ‘académico’, hemos querido creer en una cierta linealidad del devenir histórico y social, sin duda atribuible a la visión historicista  del marxismo imperante. El advenimiento del feminismo era pues inevitable –y era, además, razonable, entendido como justo, tanto como lo era para los marxistas la dictadura del proletariado. Sin embargo, la realidad y el paso de los años han acabado imponiéndose y demostrando que, fueran o no inevitables, ni uno ni otro eran en modo alguno ni en ningún caso definitivos, no ponían un punto final a la historia, ni en los términos que postuló Marx en el s. XIX, ni en los de Fukuyama en el s. XX.
El libro de Itzíar Ziga, entre otros muchos alegatos, viene a reírse de la caricatura del intelectual –por favor, léaseme el masculino como un genérico, no querría infestar este texto con barras -o/-a–  del intelectual de izquierdas tópico y más al uso, o intelectual de despacho: serio, sesudo, articulado, erudito, infaliblemente coherente, pagado de sí mismo, verbalmente crítico con el sistema pero de facto integrado en sus estructuras de poder, acomodado –por no decir aburguesado. Los ideólogos del feminismo que han hecho Historia –con mayúsculas deliberadas– se incluyen sin ninguna duda en ese grupo. Ha habido desde los inicios de la modernidad una clara división del trabajo: el terreno de las ideas, para los intelectuales; el del activismo, para los políticos… y a partir del ocaso del s. XX yo añadiría que cada vez más para... los performers.
Pulsa en la imagen para leer mejor el texto de de la contraportada del libro
Los intelectuales progresistas pretendían cambiar el mundo desde fuera, buscando un paradigma alternativo, invalidando las estructuras de poder y sus mecanismos de autoperpetuación; los performers, entre los cuales espero no errar en demasía si incluyo a Ziga, pretenden cambiar el sistema y los circuitos interpretativos desde dentro: no invalidando los procesos sino subvirtiendo su interpretación –y excuse el lector mi sesudo análisis, que me asigna sin apelación posible a uno de los dos grupos aquí descritos–: si no podemos sustituir un juego por otro… cambiemos al menos sus reglas, parecen gritar.
Este nuevo estilo de lucha guerrillera lleva ya décadas dejándose notar, y el rasgo común primordial en los diversos ‘movimientos’ que se han ido sucediendo en dicha guerrilla es una desviación del peso del discurso desde la ética en favor de la estética –espero no ofender a nadie ni parecer excesivamente banal. En definitiva, ha habido y hay cada vez más un desplazamiento de la lucha por el cambio –o la revolución y contra la base misma del sistema desde el terreno de las ideas, en beneficio de la lucha de facto contra los mecanismos semióticos de interpretación de los sucesos que genera el sistema.
Desde mayo del ’68 no han cesado –aunque las bases se sentaran antes con Andy Warhol y la subsiguiente y a mi parecer bien llamada banalización e industrialización del arte– los movimientos contra-culturales que, fagocitados y reinterpretados por el sistema, no acaban siendo otra cosa sino modas: las flores, el hippismo, Californian surfing style, punks, grunge, sinister, dark, emo…  La lucha contra el sistema ha dejado de ser un terreno reservado a los intelectuales, la elite que tiene –¿detenta? – la información y por tanto capaz de generar análisis comparativos y exhaustivos de verdad, argumentados, serios; la lucha progresista en los últimos 50 años, como el resto de sucesos sociales, arte incluido, se ha masificado y frivolizado, y hoy se reduce a la visibilización de la disconformidad propia con el ‘sistema’. Toda la pulsión generada por el malestar propio se concentra en la lucha del individuo contra la estética predominante o hegemónica, por usar un término connotado. Aunque todos los movimientos, para merecer tal epíteto, requieren de una cierta masa crítica, es decir, exigen la adhesión de individuos con determinadas características comunes al grupo, y una cierta solidaridad grupal.
El libro de Ziga a mi parecer encuadra perfectamente dentro de esta tipología de luchas anti-sistema: el solo título, apropiándose de ese tradicionalmente insultante perra, muestra su énfasis en la necesidad de una deconstrucción semántica del lenguaje y de los sucesos sociales más que en la necesidad de la abolición de dichos sucesos. Así, apela a la necesidad de desvirtuar el significado de puta, perra, haciendo de la etiqueta algo deseable en lugar de insultante o degradante.
El feminismo serio o intelectual pasó una etapa cierta en que preconizó la androginia (Simone de Beauvoir, El segundo sexo) como necesaria y deseable, ni siquiera como mal menor, sino como condición para acabar con la secular sumisión de lo femenino a lo masculino: se construyó como algo deseable la no-diferenciación morfológica; se construyeron como algo condenado a desaparecer las muestras nucleares de lo tradicionalmente femenino para todo el que pretendiera defender la causa de la igualdad sexual. Las modas unisexmodas al fin y al cabo– de los setenta son un buen ejemplo de ello.
En las últimas décadas en el feminismo serio ha habido un deslizamiento también en ese sentido, se ha repensado lo femenino desde una óptica de igualdad legal haciendo énfasis en la necesaria salvaguarda de las diferencias morfológicas y demás diferencias asociadas: la causa de la igualdad sexual no pasa ya por la uniformización sino por la equiparación de derechos manteniendo y visibilizando las diferencias inter-género, otorgándoles un cierto valor añadido y progresivamente en auge (Helen Fisher, El primer sexo, Taurus 1999).
El feminismo de Ziga va más allá, oponiéndose frontalmente al feminismo intelectual y reivindicando el activismo frívolo (performance), que se mofa del paradigma de lucha política intelectual, argumentativa, cohesionada, coherente y explicativa, en definitiva, moderna: aboga por una apropiación, desde un novísimo feminismo, de los símbolos nucleares de la feminidad para defender la hiperfeminidad formal y el eclecticismo estético con un significado... subvertido. Defiende la construcción de la feminidad a partir de la reinterpretación de la formas tradicionales (el color rosa, las faldas, el maquillaje, los ornamentos, las joyas), con un resultado final posmoderno: la deconstrucción de las fronteras de género, la abolición de la oposición tradicional masculino-femenino, y la disociación de lo masculino y femenino, respectivamente, respecto de la dotación cromosómica y la genitalidad: el sexo, o género, como prefieren llamarlo l@s nuev@s feministas, es autoconstruido y autoasignado, e independiente del signo de los genitales –que al final y al cabo, siempre son mutilables/reconstruibles. El género así se reduce casi más a una actitud o una pose que a ninguna otra cosa.
Este novísimo feminismo es cada vez menos político y ciertamente más estético, desvinculado de la lucha política progresista global que busca –tal vez mejor en pretérito, buscaba– un cambio radical en el sistema y un mejoramiento de las condiciones de vida extensible a todos. El feminismo de guerrilla apunta sólo a la superficie y se ha convertido en un fin en sí mismo, reducido a lo que yo llamo espectáculo de provocación, o a la espectacularización del sexo. No deja de sorprenderme el tufillo algo más que anecdótico a cierta heterofobia en este nuevo discurso que aboga por la hiperfeminidad con una finalidad invertida. No son una ni dos ni tres las activistas de este nuevo feminismo que refieren experiencias traumáticas tempranas con hombres, generalmente con la figura del padre. Pero no voy a hacer de este dato el centro de mi crítica, que, siguiendo la tradición de la modernidad, pretende ser intelectual, coherente y explicativa.
Una de las características que me solivianta de esta corriente es el aparcelamiento a que se ha visto sometido el pensamiento progresista o tradicionalmente de izquierdas: divide y vencerás, parecen frotarse las manos los derechistas de toda la vida. La izquierda cuarteada, como en la guerra civil, cada uno con su batalla personal: feminismo por un lado, anti-racismo por otro, nacionalismo por allá... Aun así, este dato es también anecdótico, de naturaleza poco más que pragmática, de forma que tampoco responde al núcleo de la mi postura crítica.
Mi principal argumento, el de más peso –al menos en cuanto a ideario– es el esteticismo que impregna todo el edificio sobre el que se construye este nuevo feminismo. Hay una preocupación a mi parecer excesiva por lo que se muestra más que por lo que se es, o mejor, se pretende hacer de lo que se muestra y de la interpretación que un tercero haga de ello el núcleo del discurso feminista. Es una especie de exhibicionismo incontestable, acompañado de una constante apelación a la subversión del significado de lo que se muestra. Pero es precisamente este necesario recurrir a la imagen, esta abogacía a una connivencia cómplice entre quien provoca y quien interpretarectamente o no, y léase rectamente como más apetezca- el objeto principal de mi crítica. Porque, en el fondo, tan deconstruible es un sistema de interpretación semiótica –el tradicional– como otro –el posmoderno.
Este nuevo feminismo no parece preocuparse de otra cosa más que de la simbología de lo femenino, bien para reafirmarse un@ mismo@ en su etiqueta sexual autoasignada, bien para mostrar y hacer explícita a un tercero dicha etiqueta: parece que su principal preocupación fuera conseguir autodefinirse como mujer, pero como una mujer nueva, que rompe con todos los tópicos tradicionalmente asociados a la feminidad, a quien no se le caen los anillos por yuxtaponer, por ejemplo, engarces de oro con atavío putero. Y eso sería bueno si no fuera la forma y el fondo del pretendido mensaje liberador, si no redujera todo lo que tiene de revolucionario a un ataque a la superficie de lo que significa ser mujer.
Hay en este discurso una increíble proliferación de epítetos: mariconas, transexuales, bolleras, camioneros... De nuevo, y ya de paso, divide y vencerás... Porque esta batalla que las nuevas feministas presentan como alternativa es en realidad una lucha estéril, al menos políticamente estéril, porque sólo hace de las formas su objeto de crítica, no ataca la raíz del problema, el fondo. Para la inmensa mayoría de mujeres, se autoasignen la etiqueta de género que se autoasignen, la problematicidad de su condición de mujer no tiene nada que ver con si prefieren las parejas a los tríos (o viceversa), si les ponen más las mujeres o los hombres, si les gusta más la penetración vaginal o la anal, si sus orgasmos son clitoridianos o vaginales, sin son o no multiorgásmicas, o si a lo largo de su vida han tenido tres parejas sexuales o varias centenas.
Encarar la lucha sexual así es un error, es casi subversivo, y les hace un flaco favor a las mujeres del futuro, porque es reduccionista, esteticista y epidérmica. A mi entender es perverso reducir lo que se ha entendido y se entiende extensamente por feminismo a eso. Aunque, claro está, para Ziga y sus perras yo no soy más que una de las integrantes del grupo de feministas moralistas, unas estrechas que hemos renunciado al hedonismo de pasarlo bien y del todo vale. Este nuevo feminismo no es, desde mi punto de vista, sino una caricatura del feminismo secular, y el modelo de mujer que propugnan no es otra cosa que, así mismo, caricaturesco.
    Ester Astudillo es filóloga, lingüista, traductora y poeta (además de lectora voraz de los más variopintos textos).

2 comentarios:

  1. Sin duda el discurso de Ziga es esteticista en médula y superficie, sin embargo no deja de ser una postura. A mi juicio Ziga y las perras de su feminismo propugnan esa estética por puro goce. Digamos que rebotadas por el machismo no van a dejar de liberarse también de un feminismo denostado por ellas. Vamos, que el gusto por provocar es mayúsculo y probablemente tienen más fondo y más puntos en común con el feminismo secular de lo que su disfraz (de palabra, obra y omisión) pueda dejar entrever.
    De lo que si adolece 'Devenir perras' a mi juicio es de cierta frivolidad en cuanto a texto en sí mismo. A veces parece contentarse en la anécdota haciendo que el conjunto sea un tanto frívolo. En eso es coherente con su propia estética, claro.
    Otro punto que no me hace cosquillas es que su argumentación, por provocadora que sea, puede servir de justificación al machismo de toda la vida: ves como te lo decía yo: todas perras.

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  2. Ahhhh, mon cheri carso! Merci boucoup. Qué suerte que viniste!

    Sí, compartimos pues opinión. 'Todas perras'. Ese es un riesgo cierto. Y sí también, parece una recolección anecdótica y ecléctica de episodios que no sirve para montar un discurso feminista coherente. Y bueno, está claro que ellas tampoco lo pretenden, y gritan claramente que quieren alejarse de ese tipo de discurso intelectualizado, coherente y moralista. Con su propuesta pretenden socavar la mismísima noción de lo 'bienpensante' como arma válida y eficaz para cambiar el mundo. Hablan de feministas 'blancas', aquí... Por dios, si fuera en américa! Pero aquí. Claro que somos blancas! Y ellas, las perras, también, no te jode! Blancas por WASP, se entiende, claro, por 'hegemónicas', por bienpensantes, por 'niñas buenas', auqnue ese concepto ya no tenga nada que ver con las 'niñas buenas' de los años 50 y 60.

    Pero quizá la crítica más concisa y efectiva que se le puede hacer a Ziga y su devenir perra, como apunta Bruno, es que no hay estética sin ética, y a estas chicas, con su estética eclecticista, deliberadamente incoherente, rupturista y frívola, sinceramente, no hay por dónde cogerlas! Si en el fondo, leyendo algún pasaje, me parecía estar leyendo a una fava pija de los años 50!: todas las mujeres hemos sufrido malos tratos, todas somos víctimas del machismo heteropatriarcal, todas hemos sufrido ataques sexuales... Por dios, no sé, debe ser que no han sabido elegir los ambientes adecuados, qué coño. Yo no comparto ninguna de esas afirmaciones. A mí los hombres, en general, me parecen encantadores. Los hay imbéciles, claro, como hay también mujeres imbéciles. Y no parto de la premisa de que todas las mujeres son mis 'hermanas de manada' (manada!!! dios, qué gregarismo más apriorístico), porque las hay tan idiotas como hay idiotas masculinos. Pero no hay manera de salirse del círculo, porque cualquier alegación que le hagas a su paradigma la rebatirán diciendo que la crítica la haces desde la dominación del modelo blanco heteropatriarcal y sumiso. Así que... sólo queda el 'cada uno a su bola'. Una pena, una verdadera pena.

    Muax muax, cheri.

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