martes, 22 de junio de 2010

Nembrot, de José María Pérez Álvarez. Reseña de Óscar Sotillos



Juego de palabras


De José María Pérez Álvarez. Nembrot. Barcelona: DVD ediciones, 2002


Nembrot es una historia de amor”, dice la solapa del libro, pero la solapa miente. Ya lo anuncia el título del último fragmento de la novela: La última mentira. Pero acusar de mentir en literatura no es ningún agravio, sólo una redundancia, y en esta novela la mentira es parte ineludible de la trama. Sin embargo el amor juega también un papel imprescindible, tal y como lo hace en toda la historia de la literatura. Acaso en Nembrot el amor y la mentira vayan de la mano para cubrir ciertas carencias –soledad, vuelve a decir la solapa- y la vida/escritura de sus protagonistas no sean sino un trayecto con el que cubrirlas.
Pero Nembrot es, ante todo, un ejercicio de teoría literaria llevado a la ficción, un planteamiento de las palabras como generadoras de vida. Palabras que a veces, de tan gastadas como las confesiones del amor, carecen de la magia proteica; palabras que a veces pueden ocultar mentiras pero que nadie tiene derecho a fijar con un punto final.
En su novela José María Pérez Álvarez elige la figura de un escritor hastiado de sí mismo que se reinventa cambiando su Buenos Aires natal por Vigo, así como su nombre por un pseudónimo. Su prolífica escritura –53 novelas con una colección propia, la Serie Rosa- no le satisface lo más mínimo, de modo que su verdadero nombre queda relegado al buzón de casa y a la autoría de algún libro de poemas caídos en el olvido. El erotismo y la pasión de la escritura que repudia es, sin embargo, la materia con la que nutre su vida de carne y hueso. Es, en ese sentido, la antítesis de su compañero de apartamento, Horacio, un individuo anodino que huye o se desploma –literalmente- cuando la vida le obliga a tomar las riendas. Ernesto -el escritor, el vividor- y Horacio –el continuo lector pasivo y personaje movido por hilos en manos del azar- están condenados a enamorarse. La solapa también lo dice: “Nembrot es una historia de amor entre dos hombres que intentan huir de su soledad.” No es, sin embargo, una novela de género gay –si es que existe tal género-, por lo que aquellos dados a prejuicios pueden igualmente adentrarse por los laberintos de un hombre que a los cuarenta años descubre su homosexualidad releyendo con atención su memoria.
“Alguien debería compulsar mis textos, expurgarlos y establecer un corpus crítico con esas referencias trascendentes que pertenecerían a Ernesto Jorge Bralt Cosío; lo otro, el erotismo, sería imputable al sedicente Uribe. ¿Por qué no lo hacés vos?” Mientras que Ernesto trata de rescatar sus joyas de entre el lodo de Uribe (su pseudónimo), trata también en la cotidiana convivencia con Horacio tenderle trampas, o más bien pistas, que le saquen de su particular inopia.
A partir de este argumento José María Pérez Álvarez crea un entramado plagado de juegos literarios. Las referencias, veladas o no, a escritores, películas o letras de boleros son continuas. El narrador, Horacio, nos habla desde las hojas de papel que arruga y acaba tirando a la papelera de su cuartucho en la pensión Pleamar donde se recluye. Desdoblando los pliegues se abren las voces de los personajes secundarios, así como las reflexiones del mismo Horacio o las que pone en boca de Ernesto, ausente, o del supuesto Uribe, como si los fantasmas pessoanianos pidiesen la voz y la palabra que les fuera usurpada. En este devenir el tiempo se desata, la linealidad cronológica desaparece desordenada como los muros de Mondoñedo cuando nadie lee a Álvaro Cunqueiro en palabras de Osozvi, uno de los actores secundarios.
Como Dios dio nombre a la luz para crearla, Cunqueiro ordenó las palabras que formaban Mondoñedo y Nembrot, el héroe de la Biblia, mandó construir la Torre de Babel que a la postre habría de parir todas las lenguas con las que se habrían de nombrar las cosas. No en vano la novela en lugar de abrirse con una cita la deja para el final, palabras de José Ángel Valente que urgen a no caer en el silencio más que con la muerte:
“El día en que este juego sin fin con las palabras se termine
habremos muerto.”


“- Cuando Cunqueiro dejó de escribir, descorchamos la botella y asomados a un ventanuco contemplamos la plaza, la catedral, la gente que iba y venía. Entonces, cago no demo, observé que los contornos de los edificios se hacían imprecisos, borrosos, y que alguna persona caminaba sin cabeza, otra sin brazos, que los picos de los montes se volvían cada vez más romos. Me estoy muriendo, pensé. Sobrio, pero muriendo. Cerré los ojos y los abrí de nuevo.”

Óscar Sotillos es disperso y curioso por naturaleza, con dos libros de relatos publicados y un docena de borradores en la cabeza. Últimamente aprende a ser padre. Y lo que le queda. Algunas huellas en la red: http://elpixelenelojo.blogspot.com/ ;  http://sietevoces.blogspot.com/"

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