viernes, 18 de febrero de 2011

EL CUERPO DEL DÍA, de Fulgencio Martínez. Reseña literaria de Francisco Javier Illán Vivas

EL CUERPO DEL DÍA





Reseña literaria de Francisco Javier Illán Vivas.






El cuerpo del día es un libro que obliga al lector a implicarse ya desde el propio título, pues como metáfora nos puede hablar del presente, de un poema, de la poesía, o de la mañana que nos está tocando vivir, pero que el autor busca- hay bastante de lo oculto convertido en cotidiano- que sea el lector quien encuentre su propio cuerpo del día.

No vamos a encontrar escapismo, eso es casi imposible en la poesía de Fulgencio Martínez, aunque él mismo se defina como poeta lírico. El autor se compromete con la llamada poesía cívica, y nos habla del mundo actual, imponiéndose el deber poético de hacerlo, comprometiéndose con los valores humanos.
Poemas donde lo oculto- ya lo apunté al principio- pasan al campo de lo habitual, de lo cotidiano, algo que incluso ocurre con la metapoética de este libro, en un giro hacia el lenguaje conversacional, el autor comparte con el lector su experiencia, su inquietud sobre lo que le está tocando vivir en el mundo actual. Y no sólo con la intención de dar testimonio, sino provocar expectación en aquel compromiso personal con los valores humanos.
Dividido en dos partes, Los grandes conciertos y Álbum de huellas, y un epílogo; en el llamado Libro II, Álbum de huellas, encontramos tres apartados, Homenaje y olvidos, El viaje a mi lugar y En la tormenta, los lectores se encontrarán con esos otras versiones de Fulgencio Martínez que llevan por nombre Sebastián Alfeo y Séptimo Alba, dejando para el epílogo a Andrés Acedo. Son versiones de él mismo, diferentes perspectivas sobre las experiencias que le ocurren al poeta, siempre bajo la égida de Andrés Acebo, como él dice, “es mi maestro de mí”. Claro que, después de este libro, les ha dejado definitivamente en evidencia y, si esas otras versiones de sí mismo deseaban, anhelaban permanecer ocultas, ya les va a ser prácticamente imposible.
Podría extenderme mucho más, pero confío que estas reflexiones en voz (letra) alta sirvan al desconocido o desconocida lectora para descubrir una voz emergente de la poesía, comprometida con el tiempo que le ha tocado vivir y que, sin embargo, no desaprovecha oportunidad para homenajear a aquellos que han sido sus modelos en la poesía cívica: Heráclito de Éfeso, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Ángel González...



FICHA:
EL CUERPO DEL DÍA
de Fulgencio Martínez
Edita: Renacimiento
Sevilla, octubre de 2010
Género: poesía
Encuadernación: Rústica
ISBN: 978-84-8472-560-2
144 páginas.
Prólogo de: Luis Alberto de Cuenca
Francisco Javier Illán Vivas es escritor, poeta, crítico literario, periodista, coeditor de la revista poética ÁGORA, agitador cultural murciano y un sinfín de cosas más...

jueves, 10 de febrero de 2011

"NO MATÉIS AL GORRIÓN", de Antonio Medina Guevara

NO MATÉIS AL GORRIÓN 


Antonio Medina Guevara

 

    Antonio es un niño que ya ama a su vecina Isabel desde que la vio por primera vez. La Guerra Civil acaba de terminar y en el pueblo la vida vuelve a su cauce, aunque los dos bandos de la contienda todavía persisten, enconados, en lo cotidiano.

Antonio ayuda a su padre en las tareas del campo… y va creciendo hasta que decide irse a estudiar en la capital.

"No matéis al gorrión" es una historia de amor que va más allá de la muerte. Un pueblo con la naturaleza a flor de piel, una calavera de plata y dos jóvenes amantes, Antonio e Isabel.  El odio fratricida, el despertar sexual, el bosque exuberante, los secretos de los masones... Una novela deliciosa, emocionante y trágica a su manera, ambientada en la oscura España de la posguerra, pero con una mirada romántica y una rara y hermosa sensibilidad.

Fragmento de la obra:

Otro día vino Marina. Con mi madre.
Me alegré mucho al verla. Ella es la mejor de mis .
Le agradecí mucho su visita, que venía de lejos; se lo dije,
pero creo que no me oyó.
Se quedó un buen rato llorando después de dejar un ramo de
flores raras y preciosas.
No dijo ni palabra.
Tenía la mirada de una mujer enamorada; le brillaban los ojos
como dos luceros…, y pensé nuevamente en el hombre que esté
a su lado… ¡No sabe la suerte que tiene…!
Se fue como había venido: Llorando.
¡Que bonita que es Marina…!
¡¿Y mi madre…?!
Mi madre tiene su cara igual a la de la madre de Isabel:
blanca y transparente.
¡Que pena de mi madre…!
Con su rostro que es el espejo del rostro de algunas madres.
Tiene la mirada húmeda de niebla, llena de lamentos…,
con una melancólica hermosura que es un retrato de sus
pensamientos.
Sus cabellos siguen siendo negros y sedosos; unas canas,
blancas, como hebras de mármol y plata, ya empiezan a tintarlos.
Al verla, pienso que la tristeza es siempre de color blanco y que
a ella ya le sale por sus cabellos.
Su piel es pálida como el alabastro de las tumbas, pero
rabiosamente bonita, como si por los poros de su piel se filtrara
todo lo que lleva dentro.
Ya perdió sus primaveras, pero aún le brillan los ojos…,
¡como dos estrellas!
Esos ojos tan llenos de sol; tan llenos de antes y de noche,
con lágrimas de cera y cristal…, ¡como a una dolorosa…!
¡Que pena de mi madre…!
Sus días están enterrados en la misma tierra de mis noches:
…¡donde se pudren los huesos!

Sobre el autor:

Su niñez, dentro de los míseros tiempos que corrían, fue perfecta. Sus primeros andares por la vida no podían ser mejores: campo, naturaleza y, sobre todo, libertad. A los doce años se trasladó a Granada para entrar en un internado, con una beca de estudios que entonces sólo podían disfrutar algunos privilegiados. Allí empezó Bachillerato a marchas forzadas y gracias a Don Ramón, su gran maestro, tuvo la oportunidad de aspirar a desarrollar carrera. 

Más tarde, en 1967, su familia decidió trasladarse a Barcelona. Sin embargo, nunca se despegó del pueblo ni alejó de su memoria aquella tierra. Se considera admirador de la Generación del 27 y del 98, lo cual queda reflejado en sus textos.


Se puede adquirir en la Editorial Atlantis.

  Antonio Medina Guevara  es  escritor en ratos libres. Tiene publicadas dos novelas en editorial Atlantis: "No matéis al gorrión" y "Pequeñas historias y cuentos", así como varios relatos y cuentos en USA, Colombia y Argentina. Cada año, para su cumpleaños, le regala a su hija en su aniversario una novela especialmente escrita para ella.

 

domingo, 6 de febrero de 2011

El fin de la historia, ¿el fin del arte? Reseña literaria de Ester Astudillo

El fin de la historia, ¿el fin del arte?
A propósito de Autobiografía sin vida, de Félix de Azúa


Por Ester Astudillo 


H
ace ya casi dos décadas que el (in)fausto politólogo Fukuyama se colgó, huelga decir que prematuramente, la medalla de vaticinar el fin de la historia del hombre. Obviamente se equivocó. ¿Se equivoca también Azúa hoy cuando describe la era actual, en lo tocante a la estética, como la muerte del arte?
Aun no siendo en absoluto comparable al del americano en ninguno de sus aspectos –salvo tal vez en la radicalidad de sus conclusiones-, una de las bondades de este librito, Autobiografía sin vida, que si bien breve resulta de tan difícil lectura -o cuanto menos difícil comprensión- como catalogación, es el capítulo final, donde de forma clara y contundente el autor viene a justificar la escritura –y la espesura- de todo lo anterior: en él consigue sumergir al lector, por partida doble y en paralelo, en la historia de la humanidad y su civilización por un lado, y en la historia del arte por el otro. Y consigue además que esa inmersión resulte comprensible para el lector medio. ¿Cómo lo hace? Por medio de la analogía: trazando un paralelismo entre la evolución natural a la que está sometido todo ser vivo (nacimiento, infancia, madurez, senectud y muerte) y su tesis sobre el devenir del arte y su historia. No cabe duda, dada la explicitud del título, que de manera más o menos colateral está también hablando de sí mismo como humano y como ser vivo, si bien tratándose de una autobiografía el resultado no es precisamente ‘al uso’.


¿Y cuál es la tesis central del libro? Tal vez el título sea suficientemente explícito. La mirada de Azúa a lo largo de las 176  páginas es eminentemente sociológica: las 130 primeras son poco más que destellos o pinceladas fijados certeramente sobre una selección de momentos ‘cumbre’ en la historia de la humanidad –podemos intuir que también, por asociación, momentos cumbre en la biografía del autor por su significación intelectual- que sólo en el último capítulo adquieren la relevancia deseada para comprender el porqué de su salomónica sentencia, ‘sin vida’. Entendamos por ‘momentos cumbre’ acontecimientos revolucionarios a nivel psicológico en la historia humana, como pudo ser por ejemplo el descubrimiento por parte de los sapiens de que poseen una ‘mirada’ y de que el mundo está tristemente más allá de su subjetividad, aunque, por suerte, permite ser ‘representado’ (las pinturas rupestres fueron la piedra angular para la andadura de lo que se llamaría posteriormente ‘arte’). Pero entendamos ‘momentos cumbre’ también como acontecimientos políticos o históricos tales como por ejemplo, muy tardíamente ya, la Revolución Francesa y el Romanticismo, y sus derivaciones sobre la organización social, a nivel macro, y subjetiva y por ende ‘estética’, a nivel micro.
Azúa apuesta, suponiendo en el lector una erudición muy por encima de la media, por señalar que del devenir psicológico de los humanos se han derivado consecuencias tanto políticas como sociales e históricas -¿qué es la política sino historia? ¿Qué es la historia sino política?-, y a partir de todo ese conglomerado que ha venido siendo el sujeto-humano-en-sociedad se ha ido construyendo tanto el ‘producto’ artístico como el ‘concepto’ de arte. La tesis de Azúa, al cabo tampoco tan sagaz, es que el arte, siendo como es criatura humana, evoluciona en paralelo con su hacedor; de hecho no sólo el arte, es decir el producto en sí o el objeto artístico, sino el ‘concepto’ de lo que es o no es arte en un momento determinado. Así, a medida que el hombre, o mejor el ‘sujeto’, en versión ya ultramoderna, va cambiando sometido a los vaivenes históricos, políticos, sociológicos y técnicos –o mejor que ‘cambiando’ digamos envejeciendo, por facilitar la analogía-, así va cambiando también el producto, cambia –o envejece- el arte. Y envejece asimismo el ‘discurso’ sobre el arte.

Las pinturas rupestres de 300 siglos atrás representan el nacimiento del arte en estado puro, cuando no existía todavía ‘discurso’ sobre arte: el arte era uno, simple y prístino. Si bien también suponen el inicio de la decadencia, pues en ellas despunta el instante de desencanto y de frustración que merodea siempre tras todo acto creativo: el arte para suplir todo cuanto del mundo resulta insuficiente. La pintura en aquel momento de estallido, sin embargo, fue puro objeto, libre de ataduras teóricas, filosóficas y estéticas. Puro goce. Fue aquél un momento de infancia y eclosión, no únicamente para el arte –léase también ‘infancia’ para el autor, con la epifanía que supone el poderoso descubrimiento de la imagen y la imaginación-: también lo fue para la subjetividad de los sapiens, que descubrían por vez primera el espejo, la perplejidad por el mundo y el placer de ser capaz de representarlo. Descubrieron el poder de la imagen. Y se dejaron seducir por ella. El hombre aprendió a mirarse en el espejo y a representarse a sí mismo. Ahí arranca la historia del pensamiento y de la estética.
Momentos clave como ese, aparentemente tan anodino, han jalonado el devenir de los humanos, con implicaciones en efecto dominó sobre todos los campos que componen nuestra vida íntima y colectiva (sociedad, lenguaje, política, historia del pensamiento, ciencia, técnica, creación…). A su vez, tales implicaciones y cambios han propulsado otros cambios o revoluciones con nuevas consecuencias, y así en bucle. Infancia, seguida de madurez, senectud… Consabido es el final.
Fukuyama pronosticó el fin de la historia del hombre. Con someras pinceladas sobre la historia del arte que sólo el lector avezado puede cabalmente seguir, Azúa en definitiva defiende la tesis de que el arte ha muerto también, y de ahí el marcado tono elegíaco del libro –obviemos las implicaciones que para la interpretación estrictamente biográfica del texto tenga esa tesis, por otra parte tan evidentes como ineludibles. Quienes vivimos el momento actual estamos presenciando sus últimos estertores. Los cambios en el mundo resultantes del viraje del pensamiento y el arte hacia el posmodernismo, el nacimiento y el progresivo peso de la psicología en la vida cotidiana, el advenimiento de la publicidad y la sociedad de masas, la construcción del objeto de arte como mero objeto de consumo, por citar sólo unos pocos de los más recientes eventos que están catapultando nuestra civilización, han hecho mella también en el ‘lenguaje artístico’. No olvidemos que al fin y al cabo el arte no es más que eso, un lenguaje, un código, si bien sometido, claro está, a evolución.
La tesis de Azúa es que llegado es el momento también en que el arte ya no pueda ir más allá de sí mismo: si en filosofía Auschwitz representó el punto de no retorno, tras Duchamp y James Lee Byars el arte quedó también fatalmente sentenciado. Dios murió con Nietzsche. La historia murió con Fukuyama. El arte, mal que nos pese, ha muerto también, falla ahora Azúa. Muere el arte, y por ende, muere también el artista… y con él tal vez el hombre:
El arte es pura transparencia. Con este desconcierto alcanzó su verdad suprema el Arte en 1972 y pudo ya disolverse en la trivialidad de la vida cotidiana. Desde entonces ha entrado a formar parte de la ternura del caos junto con la cocina para singles, los paralímpicos, el puenting o las ONG. Y es justo que así sea.(p. 132)
 Ante tan contundente sentencia quizá sólo reste desear que así sea.

Autobiografía sin vida
Félix de Azúa
Mondadori, mayo de 2010
176 páginas
 


Ester Astudillo es filóloga, lingüista, traductora y poeta (además de lectora voraz de los más variopintos textos).

HEREDERO DE LA ALQUIMIA. Reseña de Francisco Javier Illán Vivas

HEREDERO DE LA ALQUIMIA




Reseña literaria de Francisco Javier Illán Vivas.







Que la fantasía es una cultura muy relacionada con el mundo mediterráneo, nadie debería dudarlo. Que su vinculación con la poesía data de los tiempos anteriores a la escritura, menos aún, y que aquella, la fantasía, nacía, crecía y se expandía junto a la realidad cotidiana, sólo hay que leer los textos homéricos o, adelantándonos más en el tiempo, leer el Poema de Gilgamés, donde encontraremos todos esos componentes: poesía, fantasía e historia.
Pero tampoco se trata de olvidarnos del maestro de la fantasía moderna, Tolkien, quien nos llevó a un nuevo nivel de la cultura fantástica: la épica lucha entre el Bien y el Mal, la miríada de personajes, razas e inexistentes seres que lo pueblan y un mundo imaginario concreto hasta el más mínimo detalle, lo que ha definido la fantasía épica tal y como se conoce tras El señor de los anillos.


Esto es lo que Juan Luis Cebrián definió como la cultura de la cerveza, en contraposición de la cultura del vino, donde esa eterna lucha entre el Bien y el Mal muchas veces adquiría tintes donde se dudaba qué era el Bien y qué era el Mal; donde el mundo por el que pululaban los seres mitológicos, legendarios o epopéyicos era el mismo por el que vivían o mal vivían los seres humanos (recuérdese la leyenda de la Esfinge, esperando en un camino cualquiera para someternos a sus enigmas); y, en fin, donde la legión de seres inexistentes se parecían, en muchas ocasiones, a los que rodeaban a quienes vivieron aquellos heroicos tiempos.
Tal vez os preguntéis el por qué de esta larga introducción para comentar el libro que nos ocupa, y voy a responder. Estamos ante una novela de 650 páginas, que se desarrolla en Egipto, en Israel, en Siria, en Asiria, en Mesopotamia, en Babilonia... pero no es una novela histórica, aunque datos de la historia contenga; no es un ensayo histórico, aunque pudiese parecerlo; es una novela de fantasía protagonizada por Neferet y Akbeth, maestra y discípulo. Bien, creo que ya tienes parte de la respuesta, desconocido lector o lectora: acuérdate de cuanto te han enseñado sobre el mundo de Oriente Próximo, sobre Babilonia, sobre Mesopotamia, sobre el Egipto antiguo, incluso las lecturas del Antiguo Testamento, Sodoma, Gomorra, Jericó... y, una vez recordado, olvídalo. Sí, olvídalo, disponte a disfrutar de un viaje fantástico en pos de algo que nosotros, mentes materialistas del siglo XXI, de la cultura del Internet, del iPAP, del facebook o del twister, somos muchas veces incapaces de imaginar, y menos aún, de ponernos en la piel de aquellas mentes inocentes que se fascinaban con cuanto les rodeaba.
David Mateo hace eso, nos lleva de regreso a la fantasía de la cultura del vino- aunque no puede evitar meter seres más propios del norte de Europa que del Mediterráneo, pero, ¿qué importa? ¡¡Es fantasía!! Y con el pretexto de un suceso cataclísmico que podría acabar con el mundo conocido (¿os suena? Sí, otro de sus aciertos: la humanidad, cada etapa, cada tiempo, debe inventarse un acontecimiento que acabará con este Planeta, el más próximo, ya sabéis, 2012), nos lleva desde Egipto a Numeria, nos va alejando a cada página de la realidad para meternos en la fantasía, casi sin que nos demos cuenta, y nos conducirá hacia un final que me gustaría definir como épico, no por lo maravilloso, que puede serlo, sino por que es épico, de épica, de fantasía, de una aventura que ha merecido la pena y que augura una posible continuidad.
No lo sé, no he hablado de esto con el autor, el cual me honra con su amistad, como tampoco por qué en algunos tramos utiliza un lenguaje demasiado actual para el tiempo en que sitúa la epopeya (entiéndase aquí en su acepción de conjunto de hazañas y hechos de una persona o un pueblo), pero no es un desdoro para el disfrute de 650 páginas de nuestra cultura fantástica.


FICHA:
HEREDERO DE LA ALQUIMIA
de David Mateo
Edita: Ilarión Ediciones
Madrid, octubre de 2010
Género: fantasía
Encuadernación: Rústica
ISBN: 978-84-938024-4-8
655 páginas.
Ilustración de la cubierta: Elena Dudina
Ilustración interior: Pablo Uría Díez
 
Francisco Javier Illán Vivas es escritor, poeta, crítico literario, periodista, coeditor de la revista poética ÁGORA, agitador cultural murciano y un sinfín de cosas más...